Diosa Mané

Diosa Mané
Mané Castro Videla - Mujer Poeta y Artista Plástica Argentina - Española

miércoles, 31 de agosto de 2011

Compasión


¿Qué significa ser compasivo? ¿Es ser capaz de sentir lástima, empatía o  simpatía? ¿De qué forma la compasión puede ser una parte saludable de los vínculos que establecemos con los demás? ¿Tiene la compasión que llevarnos siempre a perdonar todo y a todos? ¿La compasión puede tener utilidad terapéutica para quien la ejerce?; ¿La autocompasión es la hermana boba de la autoestima?; ¿La compasión es expresión de nobleza o de idiotez? Finalmente, ¿la compasión bien entendida empieza por casa?
Las respuestas a estas preguntas muchas veces profundizan las dudas. Basta con volver a considerarla, desde otra óptica, para evitar los grandes sufrimientos acarreados, con frecuencia, por la confusión.
Siglos de mandato moral, tradición académica y creencias ancestrales instalaron en nuestro ideario nociones más o menos rígidas del valor de la compasión. Casi sin excepciones, asociadas al altruismo, la misericordia y la clemencia. Ecuación filantrópica de benevolencia y piedad: así la encontraremos en el imaginario colectivo y en las definiciones enciclopédicas, junto con la constancia de su raíz latina (com = con; pati = sufrimiento). 
Es tema muy reciente de investigación para la Psicología Científica de Occidente. Con la compasión como eje surgieron novedosas terapias psicológicas, que abrevan en distintas áreas de conocimiento: desde las tradiciones sagradas de la Humanidad hasta las neurociencias. Componen un cuerpo teórico cada vez más amplio que integra y complementa los diferentes modelos de psicoterapia ya existentes.
Las neurociencias han demostrado que el estado de compasión puede influir sobre los sistemas neurofisiológicos e inmunes. En quien experimenta compasión se aquieta la actividad del lóbulo prefrontal derecho -conectado con estados de ánimo más negativos- y se activan zonas del cerebro prefrontal izquierdo –y sus redes neurales vinculadas con la empatía, el amor maternal y una mayor conexión entre pensamientos y sentimientos.
Cuando una persona avanza en un proceso de transformación emocional, surge  la necesidad de trabajar sobre la culpa, el perdón inteligente y la búsqueda de la mejor dirección para los sentimientos de compasión que experimenta. Con esta necesidad suelen interferir las creencias y malentendidos que nos impregnan sin que tomemos real conciencia de ciertas realidades.
Para derribar el primer mito: sentir compasión no significa sentir lástima hacia los demás. Hagamos el ejercicio de imaginarnos a nosotros mismos, tan solo por un instante, en medio del sufrimiento. Desde esa posición, observemos con atención el efecto que nos produce que el otro nos mire con pena, lo mal que nos hace sentir. Es fácil comprender, desde esta perspectiva, lo poco edificante que es el sentimiento de lástima, dirigido hacia los demás o hacia nosotros mismos. El sufrimiento es parte de la vida y a todos nos toca una porción. Frente a esta certeza nos queda poco lugar para la lástima.
Inducidos por mensajes culturales, asociamos la compasión a una condición de bondad tan pura que nada debería contaminarla: quienes se consideran a sí mismos seres compasivos se paralizan al constatar que, al mismo tiempo, son capaces de enojarse o incapaces de perdonar. Ven “manchado” ese “noble” sentimiento y cuestionado el absoluto de su ideal.
Pero ese absoluto está lejos de ser deseable.

Chogyam Trungpa, maestro budista de Meditación, forjó el concepto de “compasión idiota”: el equívoco que nos lleva a perdonar una mala actitud del otro, movidos por la compasión, propiciando su reincidencia. Podemos sentir que alguien se está equivocando cuando decide hacer el mal, y por ello sentir por tristeza por él, incluso compasión por el sufrimiento que esa persona produce en sí misma y en los demás. Pero permitir que los demás hagan cualquier cosa porque nosotros no tenemos coraje para ponerles límites no significa, ciertamente, ser compasivos. Si una persona es violenta, lo compasivo no es tolerar la agresión, que por lo demás se alimenta a sí misma. Si logramos poner un límite a la situación enfrentaremos reacciones de enojo y obstáculos para sostener nuestra decisión, pero es lo más compasivo que podemos hacer por los demás, por difícil que resulte. No nos agradecerán, dice Trungpa, y no quedarán contentos, pero estaremos dando una oportunidad a que ellos tomen conciencia o a que trabajen sobre su parte en el problema. Tal vez comiencen a hacer lo que necesitan. Podemos sentir amor hacia otro, tal vez simpatía o empatía, podemos desearles felicidad a los demás. Pero la compasión es desear a otra persona que se libere del sufrimiento.

Claro que la compasión no está completa si no comprendemos que es necesario practicarla, también, con nosotros. Muchas buenas personas se maltratan a sí mismas para evitar dañar a otros: otros que, muchas veces, terminan dañándolos a ellos. Qué difícil es dar cuenta del maltrato cuando las señales no son evidentes, cuando no deja la marca tangible, como sería, por ejemplo, la de un golpe en el propio cuerpo. Tantos siglos de violencia instituida la han naturalizado: desestimamos nuestra percepción del maltrato y de su prolongación, el auto maltrato.
Claro que la compasión no está completa si no comprendemos que es necesario practicarla, también, con nosotros. Muchas buenas personas se maltratan a sí mismas para evitar dañar a otros: otros que, muchas veces, terminan dañándolos a ellos. Qué difícil es dar cuenta del maltrato cuando las señales no son evidentes, cuando no deja la marca tangible, como sería, por ejemplo, la de un golpe en el propio cuerpo. Tantos siglos de violencia instituida la han naturalizado: desestimamos nuestra percepción del maltrato y de su prolongación, el auto maltrato.
Una práctica que puede ayudarnos a desarrollar la compasión es la de la Plena Atención oMindfulness. La habilidad de prestar “plena atención” no es nueva, es parte de lo que nos hace humanos: la capacidad de estar presentes y ser concientes de todo lo que está ocurriendo en el momento, y también de aceptarlo. Desafortunadamente, esta habilidad se pone en juego por períodos breves, tras los cuales nos reabsorben nuestras emociones y nuestros padecimientos cotidianos.
Los beneficios psicológicos de la práctica de Mindfulness cada vez son más resaltados por la investigación científica. La gente que lucha con emociones intensas como la vergüenza, la ansiedad, la ira o el dolor, puede complementar esta práctica de la atención con una herramienta tan simple como poderosa: la auto-compasión.
Tuve la oportunidad de asistir a un entrenamiento sobre este tópico en Esalen, California. El seminario fue dirigido por dos personas extraordinarias, especialistas en el trabajo que combina la práctica de Mindfulness y la compasión hacia uno mismo. Kristin Neff, PhD, profesora de la Universidad de Texas, es precursora en la investigación de la compasión conciente hacia uno mismo. Christopher Germer, PhD, líder en el campo de la aplicación de Mindfulness en la psicoterapia, es uno de los fundadores del Instituto Mindfulness y Psicoterapia e instructor en Psicología Clínica de la Universidad de Harvard.
Durante algunos días trabajamos con técnicas de Mindfulness: prestar atención al momento presente, espacio en el que luchamos con sentimientos difíciles de inadecuación, desesperación, confusión y otras formas que elevan nuestro nivel de estrés. Simultáneamente nos entrenamos enfrentar nuestras dificultades con bondad y comprensión (autocompasión conciente). Investigamos distintas maneras de tratarnos bien a nosotros mismos, formas antes no exploradas en profundidad. Comprobamos que cualquier persona puede adquirir conciencia de la autocompasión y ser capaz de cambiar de modo potente el vínculo que tiene consigo misma.
Kristin Neff establece, además, las diferencias entre el concepto de compasión conciente hacia uno mismo y el zarandeado concepto de “autoestima”. La autoestima tiende a aumentar cuando las cosas van bien, o cuando se experimenta éxito personal. La compasión conciente se siente aun cuando las cosas van mal.
La autoestima implica la evaluación de uno mismo de manera positiva y, a menudo, la necesidad de ser especial y ubicarse por encima de un supuesto promedio. La auto-compasión no está basada en comparaciones, sino todo lo contrario: se apoya en nuestras similitudes profundas con los otros por el mero hecho de compartir la condición humana.
La auto-compasión es una manera amable de relacionarnos con nosotros mismos, incluso en los casos de fracaso, incapacidad percibida, imperfección. El esfuerzo para incrementar la autoestima puede ser contraproducente. Las investigaciones demuestran que la auto-compasión proporciona una mayor resistencia y mayor estabilidad emocional que la autoestima.
En 2009, visitó nuestro país el psicoterapeuta, profesor e investigador inglés Paul Gilbert, fundador de una Terapia Centrada en la Compasión. Su trabajo se apoya, en otras disciplinas,  en conocimientos provenientes del campo de la Psicología del Desarrollo y de Psicología Social. Gilbert descubrió nuevas tácticas para ayudar a los pacientes a entender que no son culpables de su patología ni de sus síntomas, sino que estos provienen de la condición humana.
Una vez que la persona comprende que sus síntomas y dificultades no son otra cosa que estrategias de adaptación, puede dejar de criticarse y de culparse todo el tiempo por sus ideas y sentimientos, estar más libre para ponderar su situación real y manejarla.
Como en todo desarrollo científico, los resultados y el proceso de investigación son claves para el futuro de la terapia centrada en la compasión. Aunque en Occidente las investigaciones son incipientes, y los datos y conclusiones son limitados, la aplicación terapéutica de la compasión está ganando velozmente un lugar importante. Quienes trabajamos con este enfoque ya podemos referir los beneficios, que se observan con facilidad en la práctica cotidiana.
Los descubrimientos más recientes indican que el tránsito de la crueldad a la compasión es posible. Requiere técnicas de entrenamiento de la atención, el pensamiento, los sentimientos, la imaginación y el comportamiento desde una perspectiva compasiva. Esta “gimnasia” desarrolla redes neurológicas vinculadas a la autorregulación de estados de tranquilidad, calma, seguridad, calidez, tan indispensables para lograr una vida equilibrada.
Estos hallazgos no sólo pueden aportar al trabajo terapéutico con individuos en particular.
También pueden ser de gran ayuda en los enfoques que las organizaciones tienen como recurso para responder a las consecuencias del maltrato y el auto maltrato. En suma, pueden contribuir de un modo general a la calidad de los vínculos entre los miembros de una sociedad como la nuestra.
fuente vivos y despiertos

Ohhhhhhhhhh Quién te hace sufrir...


un ensayo de Viktor Frankl, neurólogo, siquiatra, fundador de la disciplina que conocemos hoy como logoterapia.
¿Quién te hace sufrir? ¿Quién te rompe el corazón? ¿Quién te lastima? ¿Quién te roba la felicidad o te quita la tranquilidad? ¿Quién controla tu vida?...
¿Tus padres? ¿Tu pareja? ¿Un antiguo amor? ¿Tu suegra? ¿Tu jefe?...
Podrías armar toda una lista de sospechosos o culpables.
Probablemente sea lo más fácil. De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a todas aquellas personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado mal o simplemente se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta el día de hoy no entiendes.
Pero ¿sabes? No necesitas buscar nombres. La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que nadie te hace sufrir, te rompe el corazón, te daña o te quita la paz.
Nadie tiene la capacidad al menos que tú le permitas, le abras la puerta y le entregues el control de tu vida. 
Llegar a pensar con ese nivel de conciencia puede ser un gran reto, pero no es tan complicado como parece. Se vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos que lo que está en juego es nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor lugar para colocarla es en la mente del otro, en sus pensamientos, comentarios o decisiones.
Cada día estoy más convencido de que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta.
Muchas veces sufrimos por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran nuestra mente como:
 ¿Por qué no me llamó? ¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me quedó viendo feo? y muchas otras que por razones de espacio voy a omitir.
No se sufre por la acción de la otra persona, sino por lo que sentimos, pensamos e interpretamos de lo que hizo, por consecuencia directa de haberle dado el control a alguien ajeno a nosotros. 
Si lo quisieras ver de forma más gráfica, es como si nos estuviéramos haciendo vudú voluntariamente, clavándonos las agujas cada vez que un tercero hace o deja de hacer algo que nos incomoda.
Lo más curioso e injusto del asunto es que la gran mayoría de las personas que nos "lastimaron", siguen sus vidas como si nada hubiera pasado; algunas inclusive ni se llegan a enterar de todo el teatro que estás viviendo en tu mente.
Un claro ejemplo de la enorme dependencia que podemos llegar a tener con otra persona es cuando hace algunos años alguien me dijo:
"Necesito que Pedro me diga que me quiere aunque yo sepa que es mentira. Sólo quiero escucharlo de su boca y que me visite de vez en cuando aunque yo sé que tiene otra familia; te lo prometo que ya con eso puedo ser feliz y me conformo pero si no lo hace... siento que me muero".
¡Wow! Yo me quedé de a cuatro ¿Realmente esa será la auténtica felicidad? ¿No será un martirio constante que alguien se la pase decidiendo nuestro estado de ánimo y bienestar? 
Querer obligar a otra persona a sentir lo que no siente... ¿no será un calvario voluntario para nosotros?
No podemos pasarnos la vida cediendo el poder a alguien más, porque terminamos dependiendo de elecciones de otros, convertidos en marionetas de sus pensamientos y acciones.
Las frases que normalmente se dicen los enamorados como: "Mi amor, me haces tan feliz", "Sin ti me muero", "No puedo pasar la vida sin ti", son completamente irreales y falsas.
No porque esté en contra del amor, al contrario, me considero una persona bastante apasionada y romántica, sino porque realmente ninguna otra persona (hasta donde yo tengo entendido) tiene la capacidad de entrar en tu mente, modificar tus procesos bioquímicos y hacerte feliz o hacer que tu corazón deje de latir.
Definitivamente nadie puede decidir por nosotros.
Nadie puede obligarnos a sentir o a hacer algo que no queremos, tenemos que vivir en libertad. 
No podemos estar donde no nos necesiten ni donde no quieran nuestra compañía. No podemos entregar el control de nuestra existencia, para que otros escriban nuestra historia. Tal vez tampoco podamos controlar lo que pasa, pero sí decidir cómo reaccionar e interpretar aquello que nos sucede.
La siguiente vez que pienses que alguien te lastima, te hace sufrir o controla tu vida, recuerda:
 No es él, no es ella...
ERES TÚ quien lo permite y está en tus manos volver a recuperar el control.
"Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: 
La última de las libertades humanas- la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino".