El orgullo impide que enfrentemos la verdad. El orgullo nos impide escuchar. Distorsiona nuestra visión.
Cuando creemos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece la visión de nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres.
El orgullo hace que nos consideremos víctimas. Nuestra actitud, entonces, se expresa así: "He sido maltratado y juzgado injustamente; por lo tanto, mi comportamiento está justificado". Creemos que somos inocentes y hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferrarnos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta!
El orgullo hace que nos consideremos víctimas. Nuestra actitud, entonces, se expresa así: "He sido maltratado y juzgado injustamente; por lo tanto, mi comportamiento está justificado". Creemos que somos inocentes y hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferrarnos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta!
Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, el enojo, la envidia y el resentimiento que surgen.
Cuando culpamos a los demás defendemos nuestra posición, estamos ciegos. Luchamos por quitar la paja del ojo de nuestro hermano mientras tenemos una viga en nuestro ojo.
Hombres y mujeres buscan hoy sólo lo que ellos desean. Muchos están heridos, lastimados, amargados. ¡Están ofendidos! Pero no comprenden que han caído en la trampa. Ese obstáculo los incapacita para funcionar en la plenitud de su potencial.
John Bevere
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