Desde mediados del siglo XIX, el feminismo lucha contra la sociedad patriarcal. Pero tardó mucho en reconocer y defender los derechos de las mujeres al placer y el deseo.
El feminismo emergió a mediados del siglo XIX en el
contexto de una vuelta de tuerca de las formas
patriarcales que se habían tornado más severas.
Un aspecto central fue la modificación de las costumbres,
una vez que la triunfante burguesía impuso, entre otras
cosas, una severa moral sexual a las mujeres.
contexto de una vuelta de tuerca de las formas
patriarcales que se habían tornado más severas.
Un aspecto central fue la modificación de las costumbres,
una vez que la triunfante burguesía impuso, entre otras
cosas, una severa moral sexual a las mujeres.
Durante el Antiguo Régimen las mujeres de la aristocracia
habían gozado de franquías morales gracias a la oblicua
condescendencia de padres y maridos más preocupados por
ganar –y a veces no perder– los favores de otros varones,
dueños de mayor potestad a los que estaban obligados a
rendir pleitesía. Sin duda, fue especialmente famosa la
aristocracia francesa cuyas cortesanas representan un
segmento que se caracterizó por no eludir los contactos
sexuales, a menudo impulsados por los propios cónyuges.
Pero las transformaciones de fines del XVIII, el estallido de
la Revolución Francesa y la extinción de las prerrogativas
de la nobleza, significaron el ascenso definitivo de la
burguesía y el consiguiente reconocimiento de los derechos
individuales que hicieron posible la soberanía de los
varones, más allá de las tajantes diferencias sociales.
La nueva clase portaba un nuevo y estricto código de moral
sexual para las mujeres, apegado al principio de que la
sexualidad sólo podía ejercitarse con fines reproductivos, a
lo que se agregó la idea de que una mujer decente no
conocía deseo ni placer.
Es bien sabido que el ordenamiento de las esferas pública y
privada facilitó también la paralela imposición de que los
varones, de modo contrapuesto, estaban facultados para
ejercer conductas sexuales de acuerdo a su antojadizo
deseo. La doble moral masculina fue ampliamente
sancionada en las sociedades modernas y fue moneda
corriente que los varones mantuvieran un rígido orden
moral para las mujeres de la familia y desdijeran esa
misma moral cuando sometían sexualmente a otras,
comenzando por criadas y empleadas.
privada facilitó también la paralela imposición de que los
varones, de modo contrapuesto, estaban facultados para
ejercer conductas sexuales de acuerdo a su antojadizo
deseo. La doble moral masculina fue ampliamente
sancionada en las sociedades modernas y fue moneda
corriente que los varones mantuvieran un rígido orden
moral para las mujeres de la familia y desdijeran esa
misma moral cuando sometían sexualmente a otras,
comenzando por criadas y empleadas.
Es en este cuadro de doble rasero moral y de sometimiento
al deseo masculino que debe entenderse que las feministas
se apegaran a la idea de que la sexualidad era una
manifestación penosa, tal vez una anomalía, un atributo
del patriarcado que debía por lo menos inhibirse. Las
feministas estaban muy lejos de concebir como un derecho
el placer y por otra parte, el pensamiento dominante del
XIX sostenía la anestesia sexual femenina.
al deseo masculino que debe entenderse que las feministas
se apegaran a la idea de que la sexualidad era una
manifestación penosa, tal vez una anomalía, un atributo
del patriarcado que debía por lo menos inhibirse. Las
feministas estaban muy lejos de concebir como un derecho
el placer y por otra parte, el pensamiento dominante del
XIX sostenía la anestesia sexual femenina.
Las voces más autorizadas declaraban que las educadas, y
más refinadas, apenas conocían los disfrutes de la
sexualidad, reservados en todo caso a mujerzuelas
iletradas que estaban mucho más cerca de la animalidad.
Las prepotentes conductas masculinas, el forzamiento de
los actos sexuales que sufrían tantísimas mujeres, el acoso
acostumbrado que no escatimaba ambientes -aunque era
mucho más extendido en fábricas y talleres-, condujo a la
enorme mayoría de feministas a repudiar la propia
sexualidad.
más refinadas, apenas conocían los disfrutes de la
sexualidad, reservados en todo caso a mujerzuelas
iletradas que estaban mucho más cerca de la animalidad.
Las prepotentes conductas masculinas, el forzamiento de
los actos sexuales que sufrían tantísimas mujeres, el acoso
acostumbrado que no escatimaba ambientes -aunque era
mucho más extendido en fábricas y talleres-, condujo a la
enorme mayoría de feministas a repudiar la propia
sexualidad.
Hubo, entre las más radicales, quienes propusieron cerrar
las piernas en los lechos maritales para impedir de este
modo el abuso de los cónyuges. En Inglaterra, las leyes que
penalizaron la sexualidad, entre las que se encuentra la
que condenaba la homosexualidad, fueron también
solicitadas por feministas. A la mayoría de sus adherentes
les parecía que era justo sancionar a los viciosos y a
quienes amenazaban la integridad de las congéneres.
las piernas en los lechos maritales para impedir de este
modo el abuso de los cónyuges. En Inglaterra, las leyes que
penalizaron la sexualidad, entre las que se encuentra la
que condenaba la homosexualidad, fueron también
solicitadas por feministas. A la mayoría de sus adherentes
les parecía que era justo sancionar a los viciosos y a
quienes amenazaban la integridad de las congéneres.
Durante la mayor parte del recorrido realizado por la
agencia feminista en todos los países, cuyas acciones se
proyectaron con fuerza al siglo XX, la sexualidad no pudo
ingresar a la agenda de preocupaciones y reivindicaciones,
y mucho menos el erotismo.
Las feministas, en su enorme mayoría, eludían los
lenguajes vinculados con el cuerpo, con excepción, claro
está, de la celebración excluyente de la maternidad. Se
trataba de una maternidad que parecía incontaminada,
como si la concepción hubiera prescindido del contacto
carnal.
lenguajes vinculados con el cuerpo, con excepción, claro
está, de la celebración excluyente de la maternidad. Se
trataba de una maternidad que parecía incontaminada,
como si la concepción hubiera prescindido del contacto
carnal.
La tónica asexuada del feminismo y la conjura del erotismo
resultaron canónicos hasta el surgimiento de la “segunda
ola” en los años 1960. Hubo entonces un parte aguas, la
agenda sufrió una notable transformación. Se extinguieron
las obturaciones al deseo sexual, deviniendo la propia
sexualidad y sus orientaciones disidentes de la “normalidad
heterosexual”, un mandato de enorme significado entre las
nuevas adherentes. Desde luego, hubo retos desde diversas
vertientes, pero en todo caso debe considerarse el papel
jugado por la crítica feminista que se abrió paso con
estridentes llamados de atención sobre la negligencia
(cuando no la complicidad feminista) con las fórmulas
conculcadoras del derecho al cuerpo.
resultaron canónicos hasta el surgimiento de la “segunda
ola” en los años 1960. Hubo entonces un parte aguas, la
agenda sufrió una notable transformación. Se extinguieron
las obturaciones al deseo sexual, deviniendo la propia
sexualidad y sus orientaciones disidentes de la “normalidad
heterosexual”, un mandato de enorme significado entre las
nuevas adherentes. Desde luego, hubo retos desde diversas
vertientes, pero en todo caso debe considerarse el papel
jugado por la crítica feminista que se abrió paso con
estridentes llamados de atención sobre la negligencia
(cuando no la complicidad feminista) con las fórmulas
conculcadoras del derecho al cuerpo.
Las feministas lesbianas, especialmente, reclamaron
reconocimiento propio y contribuyeron decididamente a
alterar los restrictos códigos morales sexuales que fueron
vistos como una auténtica colonización patriarcal.
reconocimiento propio y contribuyeron decididamente a
alterar los restrictos códigos morales sexuales que fueron
vistos como una auténtica colonización patriarcal.
La dimensión del disfrute sexual y las autorizaciones
eróticas son, por lo tanto, una conquista muy reciente de
los vertederos feministas. Apenas ha cumplido poco más de
medio siglo.
Dora Barrancos. Investigadora principal del CONICET y profesora consulta de la UBA.
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