Diosa Mané

Diosa Mané
Mané Castro Videla - Mujer Poeta y Artista Plástica Argentina - Española

miércoles, 27 de febrero de 2013



ENTRE HIJAS DEL DESIERTO.

El desierto crece: ¡ay de aquel que desiertos en sí cobija!

¡Ah!
... ¡Solemne!
¡un digno comienzo!
¡africanamente solemne!
digno de un león
o de un mono aullador moral...
-pero nada para vosotras,
encantadoras amigas,
a cuyos pies, a mí,
a un europeo entre palmeras
se le concede sentarse-. Sela
¡Verdaderamente asombroso!
Aquí estoy sentado ahora,
cerca del desierto y ya
tan lejos otra vez del desierto,
pero aún en nada desolado:
más bien, engullido
por este minúsculo oasis;
acababa de abrir bostezando
su agradable hocico,
el más fragante de todos los hociquitos,
y entonces caí dentro de él,
hacia abajo, de través, entre vosotras,
¡encantadoras amigas! Sela.
¡Viva, viva aquella ballena!
si así facilitó el bienestar
de su huésped! -¿entendéis
mi docta alusión?...
Viva su vientre,
si así fue
un vientre-oasis tan agradable
como éste: cosa que me creo poco.
Pues vengo de Europa,
que es más incrédula que todas las casaditas.
¡Quiera Dios mejórala!
¡Amén!

Aquí estoy sentado ahora,
en este minúsculo oasis,
semejante a un dátil,
moreno, almibarado, rezumando oro,
ávido de una redonda boca de muchacha,
pero más aún de helados
níveos cortantes dientes
de muchacha: pues por ellos
suspira el corazón de todo ardiente dátil. Sela.

Parecido, demasiado parecido
a tales frutos meridionales,
estoy aquí tendido, entre
pequeños bichos alados
que danzan y juegan a mi alrededor,
y a la vez entre deseos y ocurrencias
aún más pequeños,
más locos, más malignos;
rodeado por vosotras,
muchachas gatos
mudas llenas de presentimientos
Dudú y Suleica,
-circumesfingeado, así acumulo
muchas impresiones en una palabra
(Dios me perdone
este pecado de idioma...)-,
aquí estoy sentado olfateando el mejor aire,
verdaderamente aire paradisíaco,
claro aire ligero, gayado de oro;
jamás cayo
 aire tan bueno de la luna;
¿fue por azar
o sucedió por arrogancia?
como cuentan los viejos poetas.
Pero yo, descreído, no me lo creo,
pues vengo
de Europa,
que es más incrédula que todas las casaditas.
¡Quiera Dios mejorarla!
Amén.
Respirando este delicioso aire,
Con las narices dilatadas como copas,
sin futuro, sin recuerdos;
Así estoy sentado aquí,
encantadoras amigas, y veo cómo la palmera,
igual a una bailarina,
se arquea, se pliega y balancea la cadera
-acabas imitándola si te fijas mucho en ella...-
¿igual a una bailarina que, según me parece,
por largo tiempo, peligrosamente largo,
se sostuvo siempre, siempre sobre una piernecita
¿olvido por eso, según me parece,
la otra piernecita?
En vano al menos,
he buscado la alhaja gemela
echada en falta
-o sea la otra piernecita-
en la santa vecindad
de su encantadora, lindísima
faldita de oropeles ondulante en abanico.
Si guapas amigas, si
Queréis creerme del todo:
la ha perdido...
 ¡Huy, huy, huy!
¡Desapareció,
desapareció para siempre
la otra piernecita!
¡Lastima de esa otra agradable piernecita!
¿Dónde estará y plañirá abandonada
esa piernecita solitaria?
¿Atemorizada quizá ante un
fiero monstruo de león amarillo
de rubios rizos? incluso ya
roída, mordisqueada
¡miserablemente, ay, ay, mordisqueada! Sela.

¡Oh, no lloréis,
tiernos corazones!
¡No me lloréis,
corazones de dátil, senos de leche!
¡Taleguitos
con corazón de regaliz!
¡Sé hombre Suleica! ¡Animo! ¡Animo!
 ¡No llores más,
pálida Dudú!
¿O quizá sería
más conveniente
un tónico, un tónico para el corazón?
¿una oración ungida?
una peroración solemne?

¡Ah!
¡Arriba dignidad!
¡Bufa, bufa de nuevo,
fuelle de la virtud!
¡Ah!
¡Rugir una vez más,
rugir moralmente,
rugir como un león moral ante las hijas del desierto!
Pues el aullido de la virtud,
Encantadoras muchachas,
es más que nada
¡el ardor europeo, el hambre atroz del europeo!
Y ya estoy en pie,
como europeo;
no puedo remediarlo, ¡Dios me valga!
¡Amén.
El desierto crece: ¡ay de aquel que desiertos en sí cobija!
Rechina piedra contra piedra, el desierto engulle y liquida,
Mira ardiente, parda la muerte colosal
Y mastica; su vida es masticar...

No olvidéis hombre; al que ha consumido el deleite;
tú eres la piedra, el desierto, eres la muerte...

Friedrich Nietzsche

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