Una mujer descalificada, desvalorizada y no tenida en cuenta por su
pareja. Una mujer que tiene mucho miedo a ser abandonada. Trata de
hablar, pero no es escuchada. Grita, llora y… Después de un tiempo, se
“acostumbra”, se “adapta”. No reclama más y se resigna a un desamor que
la va carcomiendo lentamente.
Las mujeres somos más vulnerables a sufrir
las consecuencias de una mala relación de pareja. El amor se vive, se
siente, no se padece.
Cuando se habla de estrés, todas las personas parecen sentirse
identificadas. Es habitual escuchar que, cuando alguien está cansado o
“no da más”, diga “estoy estresado”. El estrés se asocia habitualmente
con algo negativo cuando, en realidad, es una respuesta del organismo
que nos protege frente a los cambios tanto externos como internos.
Si
existe una amenaza o un desafío, el cuerpo y la mente ponen en marcha
una serie de mecanismos que lo ayudan a adaptarse a estas situaciones.
Pero el organismo no está preparado para recibir amenazas constantes ni
desafíos permanentes. Cuando esto ocurre el sistema fracasa y comienza a
funcionar mal: es allí cuando la respuesta de estrés comienza a ser
patológica.
Ahora pensemos en una pareja. No importa si conviven o
no, si están casadas o si se conocen hace dos años. Todas las parejas
pueden tener desacuerdos, enojos, problemas, incluso discusiones subidas
de tono en las que alguno de los integrantes pudo haber tenido una
expresión poco feliz. Luego se calman, alguno pide perdón por el
exabrupto y continúa la vida. También ocurre en muchas parejas que el
desgaste del tiempo y la rutina los hayan llevado a comunicarse muy
poco, a que la sexualidad sea pobre, al aburrimiento o a la falta de
proyectos comunes. Nada de esto es lo que causa el estrés crónico que lleva a enfermar.
Ahora
pensemos en una mujer que tiene una gran sensación de soledad y vacío,
que no está satisfecha consigo misma, que vive una situación de pareja
en la que es descalificada, desvalorizada y no tenida en cuenta. Cuando
quiere hablar de estas cosas, su pareja la ignora, la rechaza o le grita
y se enoja, la ofende con palabra desagradables, la castiga con el
silencio y hace de cuenta que ella no existe. Esta mujer, que necesita
imperiosamente del otro y tiene mucho miedo a ser abandonada, reprime su
enojo y su malestar y aguanta el maltrato emocional. Pasan las semanas y
es una caldera a punto de estallar. Cuando no puede más vuelve a
reclamar, él vuelve a descalificar ese reclamo y ella no aguanta más:
grita, llora, se descontrola. El la descalifica entonces aún más, le
dice que está “loca”, que es “insoportable”, que en cuento pueda “se va y
no la va a ver nunca más”. Ella, aterrorizada, vuelve a callar y así
sucesivamente hasta que “se adapta” a la situación. No habla más, no
reclama más y se resigna a un desamor que la va carcomiendo lentamente.
La violencia emocional tiene muchos rostros, pero todos ellos son difusos y difíciles de contar. La amenaza, en este caso, no es el golpe: es el abandono real o el desamor.
El miedo a no ser querida, a que el otro se vaya, a no ser suficiente
para complacerlo las coloca en una situación de sometimiento que permite
el abuso psicológico por parte del otro. Es así que comienzan a
enfermar.
Y soportan aquellas cosas que son incompatibles con la
dignidad y con su propia autoestima: mentiras, estafas, tratos hostiles y
descalificadores, sarcasmos y burlas ofensivas, ausencias sin
explicación, miradas y gestos de desprecio, silencios prolongados
cargados de mensajes nefastos, amenazas de separación, amenazas de
violencia, insultos, control con el dinero o la sexualidad,
desautorización y burlas permanentes frente a los hijos. Construyen un
modelo de relación y de comunicación disfuncional y se acostumbran a
vivir en el pantano.
Como vemos, las situaciones que llevan a
enfermar como consecuencia del estrés crónico no tienen que ver con los
desajustes cotidianos, sino con la forma en que se resuelven y se
comunican esas diferencias.
Las mujeres son más vulnerables que los hombres a sufrir las consecuencias de una mala relación de pareja.
Desde cuestiones hormonales hasta cuestiones culturales hacen que el
conflicto permanente en sus vínculos las lleve a la ansiedad y a la
depresión. Como el organismo es un conjunto indisociable este malestar
se refleja en su sistema gastrointestinal, cardiovascular, migrañas,
infecciones a repetición, alteraciones endócrinas, entre otras muchas en
las que el estrés crónico juega un papel preponderante.
Los
hombres son más vulnerables luego de la separación porque sufren la
pérdida de la casa, la cotidianeidad con sus hijos, el reordenamiento
del patrimonio y la falta de una persona con quien compartan las
confidencias y se ocupe del cuidado. Por otra parte, les cuesta más
hablar de lo que les ocurre con su entorno y son pocos los que buscan la
ayuda profesional, de modo que en el plano emocional quedan muy
desprotegidos.
Hasta hace un tiempo se consideraba que las
personas que estaban en pareja tenían mejor calidad de vida que las que
no lo estaban porque se considera al aislamiento como un factor de
riesgo. No obstante, la calidad del vínculo conyugal es fundamental para
saber si su función es protectora o dañina.
Lo primero es tomar conciencia y no naturalizar el maltrato. El amor se vive, se siente, no se padece. No
tiene que ser una tortura cotidiana. Y no nos referimos a la
idealización del amor romántico ni a una pareja inmaculada donde no
pasan cosas. Nos referimos a tener un compañero en el que se pueda
confiar y que se detenga frente al dolor que le puede causar al otro. Si
el desprecio llegó para quedarse será el momento de pensar si se quiere
vivir con ese inquilino. El desamor enferma, destruye la dignidad y la
capacidad de las personas, les mutila la esperanza y progresivamente las
transforma en seres insignificantes.
Hay parejas que pueden
sentarse a trabajar sobre el lugar al que llegaron y juntas podrán salir
del abismo. Muchas cosas se podrán solucionar si hay respeto, confianza
y ternura. Sin estos ingredientes será muy difícil cocinar una buena
relación. Porque cuando faltan otras cosas como el deseo sexual,
proyectos o intereses comunes, una pareja puede terminar sin lastimarse.
El fin de un amor no es sinónimo de desamor. En este caso habrá que
atravesar el duelo y la tristeza de lo que se terminó.
En otros
casos habrá que replantearse si vale la pena sostener un vínculo que
solo lastima y no es más que una máscara de unión. “No es bueno que el
hombre esté solo”. A veces, sí.
Por Patricia Faur,
licenciada en Psicología, docente en la Universidad Favaloro y autora
de los libros “Amores que matan”, “Amores fugaces” y “Estrés conyugal”
(Ediciones B), entre otros.
En este último libro, “Estrés conyugal” -editado
recientemente-, Patricia cuenta algunas historias de relaciones
emblemáticas de desamor, aquellos vínculos que lastiman y se agotan en
el dolor y la desesperanza. Mujeres engañadas, postergadas, estafadas,
violentadas emocionalmente, abandonadas, que sueñan con un proyecto,
pero viven en otro. Mujeres que quedan arrinconadas esperando un lugar
de legitimidad que no llega. Hombres sometidos a los caprichos de
mujeres que juegan con ellos.
Hombres que mueren de celos y humillación
frente a mujeres que los hacen tambalear en la ambigüedad.
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