El invierno es un grabado,
la primavera una acuarela,
el verano una pintura al óleo
y el otoño un mosaico de todos ellos.
~ Stanley Horowitz
Vivirlas plenamente es la razón... Vivirlas calmando la sed, el hambre... .Encontrando cobijo... Juntar las manos... y esparcir las estrellas... Recreando todo lo que sí está! Mané Castro Videla
Diosa Mané
miércoles, 31 de octubre de 2012
martes, 30 de octubre de 2012
Memoria Politica Argentina de los ultimas decadas
Sin palabras...
en su propia y más legítima implosión de la palabra!
Mi deber y el de todosss
los seres de buena voluntad
es no olvidar...
VIVA LA PATRIA!!! Mané
lunes, 29 de octubre de 2012
VIVO... Mané
No
vivo de perdones.
Vivo
de mis decisiones
las que elijo
en cada día,
en libertad.
No
pido permisos
para ser
tan solo; Soy
Y,
quién soy
es mío
y de nadie más!
Mané
vivo de perdones.
Vivo
de mis decisiones
las que elijo
en cada día,
en libertad.
No
pido permisos
para ser
tan solo; Soy
Y,
quién soy
es mío
y de nadie más!
Mané
sábado, 27 de octubre de 2012
Conectada en soledad
Uno siempre debe aprender de la adversidad, de los días negros, de los días rojos, de los días verdes, de los obstáculos...
Ante tanta parcialidad y fragmentación
-Toy y me encuentro como en mis mejores épocas de rebeldía-
haciendo caso omiso a la cultura dominante Mané
jueves, 25 de octubre de 2012
EL TRASTORNO PSICOLÓGICO EN EL ARTISTA: Dra. Manuela Romo
EL TRASTORNO PSICOLÓGICO EN EL ARTISTA:
¿MITO O REALIDAD?
¿MITO O REALIDAD?
Universidad Autónoma de Madrid
¿Es creativa cualquier forma de expresión
plástica? Posiblemente a alguno le resulte la pregunta doblemente impertinente,
primero porque no viene al caso, no es el tema de discusión para el que estamos
convocados -me dirían- y segundo y principal, porque al arte se le supone
siempre creatividad, como valor al ejercito.
Sin embargo, nos cuesta menos hablar de
creatividad en el arte que en la ciencia, pues en el arte consideramos creativos
no solo a los que rompieron con lo anterior y crearon nuevas formas de
expresión, nuevos paradigmas, sino también a aquellos que en su trabajo se han
adscrito a uno ya existente.
Cabría preguntarse por los niveles de
creatividad que se pueden atribuir a dichas obras. El problema es que los
criterios de valoración de un producto son mucho más subjetivos en la ciencia
que en el arte, porque, si hablamos de novedad, resulta incontestable que
-exceptuando las reproducciones- toda obra de arte es original, mientras que
replicar por enésima vez un experimento con una mínima variación de las
condiciones experimentales, no. Pero si hablamos de valor, el segundo y
definitivo criterio para diagnosticar productos creativos, en lo referente al
mundo artístico, entramos en un confuso territorio donde el relativismo y hasta
la ambigüedad determinan la calificación de las obras de arte.
Asumimos que la creatividad tiene una
naturaleza contextual y que son criterios propios del campo los que deben aplicarse a los productos, pero
hay que reconocer que tales criterios tienen mayor grado de objetividad y
consenso en la ciencia que en las artes y el resultado final es que, desde
fuera, puede parecer que todo vale y que cualquier cosa, exhibida en cualquier
lugar, merece llamarse creativa. Y así, abría que considerar, hablando ya de
locura, si algunas formas de “art brut” realmente son creativas; si el arte psiquiátrico tan
reivindicado por algunos, como Bretón, realmente cumple siempre con los mínimos
en un criterio de valor, o si, a la viceversa, otras formas de arte
supuestamente psiquiátrico lo son en realidad; como cuando Dalí en una de sus
poses mitomano-exhibicionistas -otra patología
distinta a la locura- afirma provocar voluntariamente estados paranoides (Neumann,
1992).
Pero, volviendo a la ciencia y el arte. He
traído aquí esta disgresión para apuntalar una idea:
la creatividad es la misma esté dónde esté; desde el punto de vista psicológico
la definimos de la misma manera. Aquí surge otra disonancia conectada con el
tema que nos ocupa: nadie asocia la locura con la conducta científica. La
leyenda del artista no alcanza al científico y, sin embargo, lo que hace un
pintor ante el lienzo es lo mismo que hace el científico creador en su
laboratorio o mesa de trabajo: encontrarse con problemas que ha de formular y
resolver de forma original y válida.
Parece pues, que para embarcarse en una
actividad tal no es necesario estar loco, al menos en el sentido psiquiátrico
del término. No son, entonces, relaciones causa-efecto en el sentido “psicosis
implica creatividad”, las que han dado origen al mito del genio loco sino otro
tipo de argumentos cuya naturaleza no es intrínseca a los propios procesos
creadores.
No es este el lugar para entrar en un
desarrollo explicativo de los procesos psicológicos implicados en la creación
pero si hay que mencionar -por no dejar colgado el asunto- que esa definición de
pensamiento creador que propongo, en consonancia con el enfoque de la psicología
cognitiva, encierra bastante complejidad. Que hablamos de un mismo proceso pero
presuponiendo un dominio específico de la disciplina -nivel de experiencia en un
campo que implica más de diez años de trabajo intensivo previo-, unas
“habilidades de infraestructuras” o aptitudes propias para ese trabajo
desarrolladas a un nivel óptimo así como un nivel extremo de motivación hacia el
trabajo. Por otra parte, cuando hablamos de buscar y de resolver problemas, es
obvio que la naturaleza de los mismos es muy distinta según el área. El artista,
a través de la expresión simbólica, va a dar salida a la formulación y
resolución de un problema que es de carácter estético y personal.
Estamos definiendo la creatividad en términos
que no constituyen rasgos de personalidad, lo que excluye la neurosis, sino que
son cognitivos y en un nivel de pleno rendimiento y concentración -hasta el
nivel, en ocasiones, de lo que Csikszentmihalyi he
llamado “estado de flujo”-, lo que excluye la psicosis.
Es incompatible pues la ejecución de una
auténtica obra artística con el trastorno mental. Desechada la conexión causal,
sin embargo, es de ley aceptar que hay una cierta incidencia; en estos casos
diremos que el arte surge a pesar, no
por la neurosis o la psicosis y nunca coincide con los brotes
esquizofrénicos o las fases agudas de la enfermedad. Esa sospecha de que
someterse a una terapia va a mermar la creatividad, es otro prejuicio compartido
también por algunos.
En todo esto coincidimos, desde la psicología
cognitiva, con las nuevas versiones psicoanalíticas de la “psicología del yo”
como Otto Rank
que se atrevió a desligarse de la teoría freudiana de la neurosis
-siendo silenciado durante
mucho tiempo-, hablando del artista como persona sana y creativa, dotada de un
yo fuerte y contraponiendo neurosis y creatividad.
En Kubie (1958) se
dio la ruptura definitiva al negar todo papel al inconsciente, un límite que
Kris (1952) no alcanzó en su noción de “regresión al
servicio del yo”. Pero Kubie habla abiertamente de que
la neurosis destruye la creatividad y del inconsciente como una camisa de fuerza
que produce estereotipia.
Al margen de estas disputas entre
psicoanalistas, lo que demuestra la evidencia es que en las crisis psicóticas los artistas dejan de ser creativos y en las
fases de regresión más profunda no hacen sino garabatos descoordinados. Y en
cuanto al neurótico, como dice Martindale (1971), “está caracterizado por mecanismos de
inhibición, paralización y represión, y estas son características más de las
personalidades no creativas que de las creativas”.
¿Por qué esa conexión tan firme en nuestra
cultura entre arte y locura?. Creo que Gombrich da en el clavo en el prologo a La leyenda del artista de Kris y Kurz, cuando dice que a Kris le
debemos la profunda intuición de que las historias que se cuentan sobre los
artistas en todos los tiempos reflejan una respuesta humana universal a la magia
misteriosa de la creación de una
imagen.
Esa magia de la creación es la que ha
alimentado la mitología sobre el genio, magia que en la ciencia es mucho menos
accesible -su comprensión se limita a minorías especializadas y no es objeto
directo de consumo- y por ello no ha dado lugar a unos mitos tan sólidos y
extendidos como la creatividad artística, aunque también los hay.
Por mi parte he realizado una investigación
(Romo,1998) sobre teorías implícitas en creatividad artística, donde he
rastreado los orígenes y evolución de algunas concepciones sobre la creatividad
en el arte muy extendidas, analizando su estructura interna en cuanto a las
ideas que las integran y los grados de tipicidad del las mismos. Entre otras
teorías, además de la del trastorno
psicológico, se encuentra la de las dotes innatas, el otro gran mito: el inspiracionista, que hace del arte una tarea para unos pocos
elegidos por las musas, leasé “genes” en su versión
moderna -cuyo análisis, por cierto,
sería merecedor de otro artículo.
Sin embargo, la teoría del trastorno
psicológico no tiene mucha vida, yo diría que ha durado un siglo -y quiero creer
que este pasado es perfecto- teniendo su máximo esplendor entre finales del XIX
y principios del XX. En realidad constituyó la versión romántica del genio en
todas las artes -”se bello y se triste” decía Oscar Wilde-. Y tuvo su ideólogo en Schopenhauer, aunque después psiquiatras y psicoanálistas como Lombroso y
Freud contribuirían a darle un barniz pseudocientífico y con ello, a la adopción generalizada de
la teoría en el mundo del arte, de tal forma que durante un tiempo se puso de
moda entre los artistas, especialmente en el surrealismo, hablar de cosas tales
como trauma, neurosis, represión, inconsciente, sublimación,...
Sin embargo, existen versiones anteriores. Ya
Kant hablaba de que es una vieja idea que el genio va
mezclado con ciertas dosis de locura. Y para los Witkkower hay una primera formulación explícita en el
Renacimiento: “ Los filosofos
descubrieron que los artístas emancipados de su tiempo
mostraban las características del temperamento saturnino: contemplativos,
meditabundos, recelosos, solitarios, creativos. En aquel crítico momento
histórico nació la nueva imagen del artista alienado” (R. y M. Wittkower, 1985. p.12).
Pero si rastreamos en el inconsciente
colectivo, en esa respuesta humana a la magia misteriosa de la creación,
encontramos que la idea de Schopenhauer del tormento
como permanente compañero del genio adquiere la maravillosa forma de Prometeo en
la mitología griega: el héroe que provoca la envidia de los dioses, el titán
castigado eternamente por haberlos desafiado y robado el fuego; porque debe
haber un castigo divino para todo aquel que quiera hacerse como ellos, que ose
formar criaturas y animarlas con el fuego divino. La locura es el castigo para
todo aquel que se atreve a ponerse a la altura de los dioses, en una palabra,
que se atreve a crear...
Pero por mucho que nos atraigan los mitos, la
creatividad no es locura. Crear, repito, es una forma de pensar modulada por las
peculiaridades propias del campo. Así, los estilos cognitivos de sensibilidad a
los problemas o apertura a la experiencia presentes en la creatividad, en el
caso del artista se vinculan más con lo personal, porque es la experiencia vital
la que nutre el pincel o la pluma del artista y eso significa acumular
experiencias, estar abierto al mundo pero también al interior de uno mismo, a
encontrarse con los propios conflictos, las miserias y grandezas... y, desde
luego, todo esto genera una gran tensión, y -por qué negarlo-,
angustia.
En esto ha quedado el mito de Prometeo. Ni visión romántica ni inspiracionista -el otro gran mito-, ni la locura ni las
musas, ni el tormento ni el éxtasis. Hemos democratizado la creatividad, la
hemos convertido en un atributo de la gente corriente. Vamos conociéndola,
explicándola y desmontando su mitología; y, con gran alborozo, descubrimos que,
al despojarla de los ropajes de sus mitos, no pierde grandeza porque sólo en la
creatividad radica esa dimensión de la naturaleza humana que nos otorga algo de
divinos...¡Con el permiso de los dioses, por
supuesto!
REFERENCIAS
FREUD, S. 1967. Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. Madrid. Blibioteca nueva. (Original publicado en 1910).
KRIS, E. 1952. Psichoanalytic explorations in
art. Nueva York. International University
Press.
KRIS, E. y
KURZ, O. 1982. La leyenda del
artista. Madrid. Esayos
Arte Catedra (original publicado en 1934).
KUBIE, L. S.
1958. Nuerotic distortion of the creative
process. Nueva York. Noonday Press.
KUHN, T.S.
1975. La
estructura de las revoluciones cientificas.
Mexico. Fondo de Cultura Económica.
MARTINDALE C.
1971. “Degeneration, desinhibition,
and genius” Journal of the history of
behavioral sciences, 7 pp. 177-182.
NEUMANN, E. 1992. Mitos de artista.
Madrid . Tecnos.
RANK, O. 1958. The truth
and reality. Nueva York.
ROMO, M 1997. PsicologÍa de la creatividad. Barcelona. Paidos.
ROMO, M 1998. “Teorías implicitas y creatividad artística”. Arte, individuo y sociedad. 10, pp 11-28.
WITTKOWER, R.
y WITTKOWER, M. 1985. Nacidos bajo el signo de saturno. Genio y temperamento de los
artistas desde la
Antigüedad hasta
la Revolución
Francesa. Madrid Catedra (original publicado en
1963).
lunes, 22 de octubre de 2012
Te lloro
Te lloro y me lastimo,
te lastimo
desde el lugar más recóndito
y lejano
de todos los tiempos
en que construimos mundos
de la danza
en su grito más salvaje
en que las espinas
clavan la mirada
y la palabra
esclava
anuncia otros tiempos
colmados de furia
y coraje
en otras tintas
no tan lejanas
ni tan oscuras
en que descansan
los sueños adormecidos
despertando
a la luz de tus almohadas
Mané
domingo, 21 de octubre de 2012
Regalo de luciana
Feliz Día de la Madre para todas mis amigas, compañeras y conocidas, especialmente, para la mía.
"La juventud se desvanece, el amor merma, las hojas de la amistad se secan; la esperanza secreta de una madre sobrevive a todo”
Oliver Wendell Holmes
Regalo de Luciana Manías
miércoles, 17 de octubre de 2012
Fuego en la sangre - Poeta Walter Pineda
De pronto mi memoria me recuerda
el calor suave y dulce de tu piel
esa sed de erotismo poético
...
el calor suave y dulce de tu piel
esa sed de erotismo poético
...
que me hace llamarada viva y devorante
cuando siento tu piel tejida entre mis dedos,
y esta hambre que me asola la sangre
por hacer de Ti, Mujer, mi plato predilecto.
Para iluminar en esta soledad que me viste
y tejer con espiga de astros uno solo de tus besos
me basta pensar en la miel caliente y derretida
que corre por tus venas como un río de fuego.
Es esa fuerza que de Ti emana como manantial
me hace sentir que solo tu corazón existe en mi mundo.
Mujer,
Cuántas ansias se puede guardar en un copa
Cuánto fuego en una sola chispa, puede profundo quemar.
Me enloquece el contacto libre con tu piel,
Me embruja saberte en mi hoguera,
Me cautiva el aroma de tus besos,
El descubrimiento de tus deseos secretos
cuando mis manos o mi boca conquistan la fortaleza ansiada,
que húmeda y cálida se derrama y absorbe.
Me deja sin aliento solamente ver tu alma
en el momento que floreces entre suspiros.
Es tu deseo el fruto prohibido que muerdo,
es en tu anhelo de vida donde yo me alimento,
es en tu candor delicioso donde yo poeta escribo,
es en el amanecer de tus ojos donde yo despierto,
quiero tu corazón como mineral a mis sueños,
tu sonrisa y tus manos entre las mías al final del día,
si amarte, mujer, como deseo amarte en mi vida,
es morir, déjame hacerlo entre tus brazos,
derretido como metal en la fragua,
desnudo como un pensamiento sin alas,
profundo como un astro en el alquitrán de la noche,
perfumado con el jazmín de tu alma.
cuando siento tu piel tejida entre mis dedos,
y esta hambre que me asola la sangre
por hacer de Ti, Mujer, mi plato predilecto.
Para iluminar en esta soledad que me viste
y tejer con espiga de astros uno solo de tus besos
me basta pensar en la miel caliente y derretida
que corre por tus venas como un río de fuego.
Es esa fuerza que de Ti emana como manantial
me hace sentir que solo tu corazón existe en mi mundo.
Mujer,
Cuántas ansias se puede guardar en un copa
Cuánto fuego en una sola chispa, puede profundo quemar.
Me enloquece el contacto libre con tu piel,
Me embruja saberte en mi hoguera,
Me cautiva el aroma de tus besos,
El descubrimiento de tus deseos secretos
cuando mis manos o mi boca conquistan la fortaleza ansiada,
que húmeda y cálida se derrama y absorbe.
Me deja sin aliento solamente ver tu alma
en el momento que floreces entre suspiros.
Es tu deseo el fruto prohibido que muerdo,
es en tu anhelo de vida donde yo me alimento,
es en tu candor delicioso donde yo poeta escribo,
es en el amanecer de tus ojos donde yo despierto,
quiero tu corazón como mineral a mis sueños,
tu sonrisa y tus manos entre las mías al final del día,
si amarte, mujer, como deseo amarte en mi vida,
es morir, déjame hacerlo entre tus brazos,
derretido como metal en la fragua,
desnudo como un pensamiento sin alas,
profundo como un astro en el alquitrán de la noche,
perfumado con el jazmín de tu alma.
©Walterpineda
Chile
Quedo en plena danza de fuego en ríos de sangre!
te quierooooooooooooooooooooo
Mi bello amigo
Mané
domingo, 14 de octubre de 2012
Haz lo que sientes
Haz lo que sientes en tu corazón para estar bien, serás criticado de todos modos. Te reprocharán si lo haces y te reprocharán si no lo haces.
Eleanor Roosevelt
Eleanor Roosevelt
sábado, 13 de octubre de 2012
viernes, 12 de octubre de 2012
jueves, 11 de octubre de 2012
miércoles, 10 de octubre de 2012
Obra de mi querida amiga Rosa Padial
Esta genialidad es una Obra de mi querida amiga Rosa Padial
Graciasss mi querida por esta belleza!
Bendiciones mi reina, te quieroooooo
Mané
martes, 9 de octubre de 2012
BITACORA ARGONAUTA
beso a beso por tu piel
caricia a caricia hasta desnudar tu alma
y hacer arder ese bello corazón como hoguera
©WalterPineda
Rancagua
Morir de amor...así mi amado
es un honor!!!
tu amada
lunes, 8 de octubre de 2012
Es este profundo deseo
De moverse
de construir un espacio de intimidad
de estar disponible para el otro
de saber de ti
de conocer ese mundo interior que te habita
de tocar tu alma y saber cómo se siente,
lo que te preocupa,
de comprenderlo y cuidarlo
Es esta profunda necesidad
de demostrar cómo siento
y como me siento
a tu lado
con toda transparencia y respeto,
sin miedos
Es esta profunda necesidad de arriesgar
a mostrar sin reservas
los sueños y esperanzas
los sueños y esperanzas
Es esta profunda necesidad de compartir
un camino en intimidad
al lado tuyo, mi amado
Es mi corazón,
es esta necesidad
en pleno arrebato primaveral
dando luz!
Mané
Carteles de prohibiciones
Jajajajajaj hay muchosss que viven creando
estos -carteles de prohibiciones- lo que aún no se han dando cuenta es
del desarreglo de los sentidos!
Mané
Mané
domingo, 7 de octubre de 2012
Quedo en silencio
Quedo en silencio
con mi cuerpo entero
fantaseando
delante de ti sin recovecos ni escondites.
En ofrenda,
la desnudez más bellasin quitarme una sola ropa
Mané
“Homosociales” en el Medioevo - LA HETEROSEXUALIDAD COMO INVENCION CULTURAL
El autor diferencia entre la conducta heterosexual y “el carácter heterosexual de la organización social”. Así, sostiene que en la Edad Media, más allá de los comportamientos en el sexo, primaba una “homosocialidad”, donde el “amor normal” se daba entre varones y “las mujeres se mantenían al margen y contaban poco”; la sociedad heterosexual nació recién en el siglo XII, con el “amor cortés”.
En muchas sociedades, por más de que las prácticas heterosexuales sean habituales, no se ven exaltadas como el amor y mucho menos como la pasión. Constituyen una exigencia social objetiva que evidentemente estructura los vínculos sociales de la sexualidad, vínculos donde en general se ejerce la dominación masculina y prácticamente no se subliman; el deseo del hombre hacia la mujer se percibe como necesario pero, al mismo tiempo, accesorio. Dichas prácticas heterosexuales no consiguen ser valorizadas, lo que explica el exiguo lugar que se confiere en esas civilizaciones al amor. En realidad, la importancia concedida al amor, o más precisamente a la heterosexualidad amorosa, parece ser algo propio de nuestras sociedades occidentales. John Boswell (Les unions de même sexe dans l’Europe antique et médiévale, París, Fayard, 1996), escribió: “Muy pocas civilizaciones, antiguas o que se mantuvieron al margen de la industrialización, estarían dispuestas a admitir lo que nadie en Occidente se animaría a refutar: que el hombre existe para amar a una mujer y la mujer existe para amar a un hombre. La mayoría de los seres humanos, en todas partes y en todas las épocas, habría juzgado como estrecha esta medida de valor”.
Si bien la reproducción heterosexual es la base biológica de las sociedades humanas, la cultura heterosexual no es más que una construcción entre otras, y en ese sentido no puede presentarse como modelo único y universal. Por eso conviene preguntarse a partir de qué momento, cómo y por qué nuestra sociedad comenzó a encumbrar a la pareja heterosexual; preguntarse sobre los orígenes del dispositivo sociosexual en el que vivimos.
A partir del siglo XII, la pareja pasa a ser un tema recurrente en los textos y las representaciones artísticas. Es objeto de numerosos discursos, a menudo eufóricos; no deja de ser analizada, cantada, celebrada, exaltada. Constituye en sí misma un objeto cultural, e incluso un objeto de culto.
El surgimiento de una ética cortés en Occidente favoreció el auge de una cultura de la pareja hombre-mujer, en tanto las amistades masculinas que habían tenido su momento de gloria en las leyendas heroicas empezaron a considerarse progresivamente como sospechosas, cuestionadas, rechazadas.
Es ese pasaje de la antigua cultura –que llamo homosocial– a la cultura heterosexual moderna lo que debe examinarse. Esta sustitución fue larga, compleja y difícil; el auge de la cultura heterosexual se ve con mayor nitidez en las resistencias que suscita, que se cristalizan en los discursos caballerescos.
La resistencia más notoria quizá haya sido la de los hombres de guerra y de la nobleza en general, es decir del segundo estamento de la sociedad del Antiguo Régimen. Hasta entonces la cultura feudal se había basado en un universo exclusivamente masculino. Los hombres, y especialmente los hombres de guerra, vivían a menudo en un mundo ajeno al de las mujeres. Esos caballeros estaban destinados a cultivar una ética del coraje individual y de sumisión leal al orden feudal, la ética del vasallo. La exaltación de la vida grupal, las campañas militares y la experiencia del peligro compartido creaban lazos muy estrechos. Esas amistades viriles solían convertirse en relaciones apasionadas, que comprometían a los dos caballeros hasta la muerte. Estas se expresaban en términos muy fuertes que implicaban una ternura entremezclada con el vigor militar, inconcebible para los actuales dispositivos sociosexuales.
Georges Duby (Dames du XIIe siècle, París, Gallimard, 1995) escribió: “En la caballería del siglo XII –como en el seno de la Iglesia–, el amor normal, el amor que lleva a olvidarse de uno mismo, a extralimitarse en la hazaña por la gloria de un amigo, es homosexual. No quiero decir que deba forzosamente terminar en connivencia carnal. Pero es principalmente sobre el amor entre hombres, fortalecido por los valores de fidelidad y servicio adquiridos de la moral del vasallo, en los que se supone reposan el orden y la paz, y de él los moralistas obtuvieron el nuevo fervor que los teólogos han inyectado a la palabra “amor”.
En cambio, cuando los hombres de la Iglesia se interesaban por las relaciones entre el hombre y la mujer –y era una de sus principales preocupaciones, ya que en esa época se esmeraban por edificar una ética del matrimonio–, mostraban una extrema prudencia. Ya que en ese caso el sexo interviene forzosamente, y el sexo es pecado.
En la sociedad feudal el “amor normal” es entre hombres; es por lo tanto un “amor homosexual”, aunque ello no implique necesariamente una “connivencia carnal”, razón por la cual preferimos hablar aquí de “homosocialidad”; este término descarta cualquier confusión.
Cuatro características sociales permiten describir o explicar esta cultura de la amistad entre los hombres. En primer lugar, se trata de una sociedad homosocial, donde las mujeres se mantienen al margen y cuentan muy poco: de allí que casi no puedan a priori despertar ningún tipo de pasión; lo contrario resultaría extraño.
En esas condiciones, antes del surgimiento de la literatura cortés, los afectos y amores sólo podían desarrollarse dentro de un encuadre masculino. La sociedad feudal exalta la virtus, es decir los valores masculinos y, fundamentalmente, la proece, que más que la simple “proeza” designa las cualidades morales y físicas que permiten acceder a ella. Incita a la permanente emulación que, en su punto culminante, exacerba las rivalidades como las afinidades. Los caballeros están llamados a despertar la admiración de sus pares; tanto en los combates como en el castillo viven juntos, comen juntos, duermen juntos, a veces hasta en la misma cama, y esta promiscuidad favorece las pasiones más impetuosas.
En segundo lugar, esos amores masculinos están asociados al carácter propiamente global u orgánico de la sociedad medieval. Las amistades de hoy en día, en una sociedad individualista, se viven como relaciones eminentemente privadas; en la sociedad medieval, que es global, orgánica u holística, a menudo la amistad es una relación privada y pública a la vez, y goza de un reconocimiento social, cultural e incluso oficial.
En otras palabras, si bien las amistades medievales son una expresión del corazón, son también la formulación no escrita de un contrato. Dicho dispositivo explica la fe jurada, las mujeres prometidas o intercambiadas, los juramentos pronunciados a menudo ante testigos y otros tantos elementos que articulan la relación entre hombres dentro del vínculo social en general.
Es también lo que explica que la amistad pueda ser impuesta como mandato.
En tercer lugar, los amores masculinos, bajo el orden feudal, están a menudo asociados con el poder y los lazos de vasallaje.
La presencia permanente de esos caballeros en la corte, esos jóvenes solteros, es necesaria para defender las tierras del soberano, su ducado o su reino, pero puede convertirse también en una fuente de conflictos, desórdenes y turbulencias. En tales condiciones, el culto a la amistad constituye un medio de regulación social que permite reforzar los vínculos entre los soldados, hacer surgir el espíritu de cuerpo y crear una suerte de cimiento social similar a la del célebre batallón de los amantes, el batallón de Tebas.
El hecho de que esas amistades masculinas respondan a las características de una sociedad feudal, global y homosocial no deben menoscabar la intensidad de los afectos descriptos.
Incluso impuesta por el monarca, no por ello la amistad es menos auténtica; constituye uno de esos raros momentos de ternura en un mundo donde la brutalidad es con frecuencia la norma.
El héroe no puede contener las lágrimas cuando teme por su camarada; ese joven gallardo se desploma cuando su amigo muere; nuestros caballeros se abrazan y se besan, a menudo en la boca, y muchas veces pasan juntos la noche.
No cabe preguntarse respecto de su sexualidad: todo era perfectamente natural a los ojos de sus contemporáneos.
Esas amistades son –y ésa es la cuarta propiedad notable en este caso– profundamente sentimentales.
En su forma absoluta, el amor cortés desemboca en el fin’amor, el perfecto amor, regulado por códigos precisos y rigurosos. Es una relación libre y forzosamente adúltera: amar al esposo es amar por deber, pero amar a un amante es amar por amor.
Por eso el amante está sometido a pruebas iniciáticas, las assaig, que finalizarán en el orgasmo que la dama dará o quizá no, ya que algunos consideran que el fin’amor debe permanecer casto y puro.
El amor cortés da lugar a una eflorescencia lírica en la que el poeta canta sus versos al son de los instrumentos.
Y, mientras hilaban, las mujeres cantaban y contaban sus amores de manera galante; la lírica occitana invade las regiones del norte. Leonor de Aquitania y su hija Marie aclimatan las nuevas costumbres en las cortes de Inglaterra y Champagne.
A partir del siglo XII, la cultura del amor invade Francia y se expandirá por toda Europa.
Habituados a la lógica de la cultura heterosexual, que perciben como natural, los comentaristas encuentran dificultades a la hora de evaluar la revolución que el amor cortés introdujo en la sociedad medieval: suplantar las amistades masculinas por los amores heterosexuales.
La emergencia y el auge de la cultura heterosexual en Occidente colocan a los hombres de guerra en una posición difícil.
Atrapados entre la ética caballeresca que incita a la guerra –universo masculino– y la ética cortés que incita al amor –universo femenino– se ven obligados a responder simultáneamente a dos órdenes conminatorias y contradictorias; su universo homosocial debe de ahora en más contemporizar con la cultura heterosexual. Así, los relatos de Chrétien de Troyes (hacia 1135-1183) intentan responder de manera dialéctica. Erec y Enide, el primero de esos relatos, tuvo un gran éxito: Erec, hijo del rey Lac, se casa con Enide. La quiere mucho, quizá demasiado. Deja de lado los torneos y se complace en las delicias conyugales. Se le critica entonces su récréantise, es decir esa indolencia, ese amor, esa deferencia permanente por su esposa: en otras palabras, se cuestiona su virilidad. La propia Enide llega a lamentar que Erec haya abandonado por ella la gloria caballeresca, causando gran deshonor para ambos. Se lamenta en el silencio de la noche, habla en voz alta y Erec la oye. Herido en su orgullo, decide partir en pos de grandes hazañas, para reconquistar la estima de su esposa y demostrar a todos que su eminente valía caballeresca no va a la zaga de su dignidad cortés. Este relato demuestra la recuperación analógica por parte de la cultura heterosexual de los procedimientos literarios o culturales propios de la tradición homosocial. Otro hecho destacable es que al tomar la decisión de partir, Erec cambia por completo de actitud ante su esposa: él, que hasta ese momento había sido su humilde servidor, la trata de allí en más como a un paje; él, que adoraba hablar de amor con ella, ahora se lo prohíbe. A partir de entonces, la domina, la trata con brusquedad.
Para probar su valentía de caballero, se vuelve anticortés, lo que demuestra hasta qué punto resultaba difícil conciliar la antigua tradición caballeresca con la nueva cultura cortés.
Si bien los siglos XII y XIII fueron períodos de idealización de lo femenino, también reforzaron las normas y el control sobre las mujeres; la caza de brujas no era sino un caso extremo que atestiguaba este nuevo rigor.
En definitiva, ocurre como si el discurso sobre la mujer –lo que es, y sobre todo lo que debe ser– implicara enaltecer una imagen fantaseada del sexo femenino a la vez que castigar a las mujeres que dieran muestras de apartarse demasiado de ese ideal tiránico. La otra cara de la idealización era la demonización, la carga cada vez más pesada de la coacción social; las mujeres estaban conminadas a conformarse con la imagen que los hombres deseaban del segundo sexo.
En ese sentido, la promoción simbólica de la mujer en las obras culturales no fue necesariamente un buen negocio para ellas en la realidad social.
Es útil señalar que en muchos aspectos la cortesía es engañosa.
De hecho, la dama expuesta a la admiración de los caballeros y a la celebración de los trovadores responde a una lógica totalmente feudal. La presencia constante en la corte de todos esos soldados era una necesidad para el soberano, que los tenía a su servicio y los asociaba a su persona; pero era también una fuente de disturbios y desórdenes; la frustración sexual y social exacerbaba a esos jóvenes solteros, pero la belleza y el prestigio de la dama los mantenían a raya. Se los domesticaba, se los calmaba y refinaba a través de pequeños favores de la dama: una mirada, una atención, quizá una pequeña delicadeza, pero nada más.
El amor de los caballeros por la dama en la sociedad cortés cumplía exactamente la misma función que las amistades masculinas en los castillos de antes; en ambos casos, esa disposición de los espíritus y los cuerpos, esas amistades y amores tenían como objetivo fortalecer la autoridad del soberano.
Inicialmente la cultura homosocial, y luego la cultura heterosexual, estaban al servicio del poder. Esta homología funcional explica cómo dos paradigmas en apariencia tan opuestos pudieron finalmente sucederse con tanta rapidez. En ese sentido, si bien no hay que subestimar el conflicto manifiesto entre las tradiciones homosociales de antaño y la nueva cultura heterosexual, tampoco conviene sobrevalorarlo en lo que respecta a las mujeres y su estatus social.
* Extractado de La invención de la cultura heterosexual, que distribuye en estos días El Cuenco de Plata.
Por Louis-Georges Tin *
Aun si se pudiera explicar el carácter heterosexual de la reproducción biológica, resulta difícil explicar el carácter heterosexual de la organización social.
Una vez finalizada la cópula, aparentemente no hay necesidad alguna de que la pareja subsista, y esto es lo que efectivamente sucede en la mayoría de los mamíferos, que se separan de inmediato, tal como lo demuestran los estudios de etología.
Incluso entre los primates que a menudo viven en sociedad, es erróneo ver un rudimento de heterosexualidad como base de la organización social. Por supuesto que la reproducción biológica es heterosexuada, pero de una manera mucho más compleja la vida social se basa en relaciones de dominación, rivalidad, cooperación y funcionalidad, bastante estrictas: la pareja heterosexual rara vez constituye la célula básica de la organización grupal. Además, no todas las sociedades humanas son heterosexuales.
En la Grecia clásica –ejemplo ilustre pero no único–, se ve claramente que no se trata de una sociedad heterosexual, aun cuando entre los griegos, como en todas partes, la reproducción biológica era heterosexuada. Y ello no implica que se trate necesariamente de una sociedad homosexual, al ser la iniciación pederasta una práctica muy diferente a la homosexualidad tal como la concebimos en la actualidad.
En realidad, la cuestión de la orientación homo o heterosexual resulta de todos modos un concepto inapropiado.
Si la práctica heterosexual es universal, la cultura heterosexual no lo es; las culturas humanas no son necesariamente heterosexuales: no siempre confieren primacía simbólica a la pareja hombre-mujer y al amor en sus representaciones culturales, literarias o artísticas.En muchas sociedades, por más de que las prácticas heterosexuales sean habituales, no se ven exaltadas como el amor y mucho menos como la pasión. Constituyen una exigencia social objetiva que evidentemente estructura los vínculos sociales de la sexualidad, vínculos donde en general se ejerce la dominación masculina y prácticamente no se subliman; el deseo del hombre hacia la mujer se percibe como necesario pero, al mismo tiempo, accesorio. Dichas prácticas heterosexuales no consiguen ser valorizadas, lo que explica el exiguo lugar que se confiere en esas civilizaciones al amor. En realidad, la importancia concedida al amor, o más precisamente a la heterosexualidad amorosa, parece ser algo propio de nuestras sociedades occidentales. John Boswell (Les unions de même sexe dans l’Europe antique et médiévale, París, Fayard, 1996), escribió: “Muy pocas civilizaciones, antiguas o que se mantuvieron al margen de la industrialización, estarían dispuestas a admitir lo que nadie en Occidente se animaría a refutar: que el hombre existe para amar a una mujer y la mujer existe para amar a un hombre. La mayoría de los seres humanos, en todas partes y en todas las épocas, habría juzgado como estrecha esta medida de valor”.
Si bien la reproducción heterosexual es la base biológica de las sociedades humanas, la cultura heterosexual no es más que una construcción entre otras, y en ese sentido no puede presentarse como modelo único y universal. Por eso conviene preguntarse a partir de qué momento, cómo y por qué nuestra sociedad comenzó a encumbrar a la pareja heterosexual; preguntarse sobre los orígenes del dispositivo sociosexual en el que vivimos.
Heterosociales
La cultura heterosexual aparece en Occidente hacia comienzos del siglo XII, gracias a la sociedad cortés. En épocas anteriores, la pareja hombre-mujer no era un objeto central ni especialmente digna de interés.A partir del siglo XII, la pareja pasa a ser un tema recurrente en los textos y las representaciones artísticas. Es objeto de numerosos discursos, a menudo eufóricos; no deja de ser analizada, cantada, celebrada, exaltada. Constituye en sí misma un objeto cultural, e incluso un objeto de culto.
El surgimiento de una ética cortés en Occidente favoreció el auge de una cultura de la pareja hombre-mujer, en tanto las amistades masculinas que habían tenido su momento de gloria en las leyendas heroicas empezaron a considerarse progresivamente como sospechosas, cuestionadas, rechazadas.
Es ese pasaje de la antigua cultura –que llamo homosocial– a la cultura heterosexual moderna lo que debe examinarse. Esta sustitución fue larga, compleja y difícil; el auge de la cultura heterosexual se ve con mayor nitidez en las resistencias que suscita, que se cristalizan en los discursos caballerescos.
La resistencia más notoria quizá haya sido la de los hombres de guerra y de la nobleza en general, es decir del segundo estamento de la sociedad del Antiguo Régimen. Hasta entonces la cultura feudal se había basado en un universo exclusivamente masculino. Los hombres, y especialmente los hombres de guerra, vivían a menudo en un mundo ajeno al de las mujeres. Esos caballeros estaban destinados a cultivar una ética del coraje individual y de sumisión leal al orden feudal, la ética del vasallo. La exaltación de la vida grupal, las campañas militares y la experiencia del peligro compartido creaban lazos muy estrechos. Esas amistades viriles solían convertirse en relaciones apasionadas, que comprometían a los dos caballeros hasta la muerte. Estas se expresaban en términos muy fuertes que implicaban una ternura entremezclada con el vigor militar, inconcebible para los actuales dispositivos sociosexuales.
Georges Duby (Dames du XIIe siècle, París, Gallimard, 1995) escribió: “En la caballería del siglo XII –como en el seno de la Iglesia–, el amor normal, el amor que lleva a olvidarse de uno mismo, a extralimitarse en la hazaña por la gloria de un amigo, es homosexual. No quiero decir que deba forzosamente terminar en connivencia carnal. Pero es principalmente sobre el amor entre hombres, fortalecido por los valores de fidelidad y servicio adquiridos de la moral del vasallo, en los que se supone reposan el orden y la paz, y de él los moralistas obtuvieron el nuevo fervor que los teólogos han inyectado a la palabra “amor”.
En cambio, cuando los hombres de la Iglesia se interesaban por las relaciones entre el hombre y la mujer –y era una de sus principales preocupaciones, ya que en esa época se esmeraban por edificar una ética del matrimonio–, mostraban una extrema prudencia. Ya que en ese caso el sexo interviene forzosamente, y el sexo es pecado.
En la sociedad feudal el “amor normal” es entre hombres; es por lo tanto un “amor homosexual”, aunque ello no implique necesariamente una “connivencia carnal”, razón por la cual preferimos hablar aquí de “homosocialidad”; este término descarta cualquier confusión.
Cuatro características sociales permiten describir o explicar esta cultura de la amistad entre los hombres. En primer lugar, se trata de una sociedad homosocial, donde las mujeres se mantienen al margen y cuentan muy poco: de allí que casi no puedan a priori despertar ningún tipo de pasión; lo contrario resultaría extraño.
En esas condiciones, antes del surgimiento de la literatura cortés, los afectos y amores sólo podían desarrollarse dentro de un encuadre masculino. La sociedad feudal exalta la virtus, es decir los valores masculinos y, fundamentalmente, la proece, que más que la simple “proeza” designa las cualidades morales y físicas que permiten acceder a ella. Incita a la permanente emulación que, en su punto culminante, exacerba las rivalidades como las afinidades. Los caballeros están llamados a despertar la admiración de sus pares; tanto en los combates como en el castillo viven juntos, comen juntos, duermen juntos, a veces hasta en la misma cama, y esta promiscuidad favorece las pasiones más impetuosas.
En segundo lugar, esos amores masculinos están asociados al carácter propiamente global u orgánico de la sociedad medieval. Las amistades de hoy en día, en una sociedad individualista, se viven como relaciones eminentemente privadas; en la sociedad medieval, que es global, orgánica u holística, a menudo la amistad es una relación privada y pública a la vez, y goza de un reconocimiento social, cultural e incluso oficial.
En otras palabras, si bien las amistades medievales son una expresión del corazón, son también la formulación no escrita de un contrato. Dicho dispositivo explica la fe jurada, las mujeres prometidas o intercambiadas, los juramentos pronunciados a menudo ante testigos y otros tantos elementos que articulan la relación entre hombres dentro del vínculo social en general.
Es también lo que explica que la amistad pueda ser impuesta como mandato.
En tercer lugar, los amores masculinos, bajo el orden feudal, están a menudo asociados con el poder y los lazos de vasallaje.
La presencia permanente de esos caballeros en la corte, esos jóvenes solteros, es necesaria para defender las tierras del soberano, su ducado o su reino, pero puede convertirse también en una fuente de conflictos, desórdenes y turbulencias. En tales condiciones, el culto a la amistad constituye un medio de regulación social que permite reforzar los vínculos entre los soldados, hacer surgir el espíritu de cuerpo y crear una suerte de cimiento social similar a la del célebre batallón de los amantes, el batallón de Tebas.
El hecho de que esas amistades masculinas respondan a las características de una sociedad feudal, global y homosocial no deben menoscabar la intensidad de los afectos descriptos.
Incluso impuesta por el monarca, no por ello la amistad es menos auténtica; constituye uno de esos raros momentos de ternura en un mundo donde la brutalidad es con frecuencia la norma.
El héroe no puede contener las lágrimas cuando teme por su camarada; ese joven gallardo se desploma cuando su amigo muere; nuestros caballeros se abrazan y se besan, a menudo en la boca, y muchas veces pasan juntos la noche.
No cabe preguntarse respecto de su sexualidad: todo era perfectamente natural a los ojos de sus contemporáneos.
Esas amistades son –y ésa es la cuarta propiedad notable en este caso– profundamente sentimentales.
Fin’amor
A partir del siglo XII, gracias a los trovadores y juglares, el amor cortés se vuelve un tema recurrente en la sociedad medieval. Instaura una relación asimétrica en la que la mujer se vuelve, por así decirlo, amo y señor de su amante. Pero, en general, las coacciones sociales, el marido o el malvado, prohíben cualquier relación verdadera, y la frustración amorosa se sublima a través de fantasías exquisitas, conscientes y refinadas.En su forma absoluta, el amor cortés desemboca en el fin’amor, el perfecto amor, regulado por códigos precisos y rigurosos. Es una relación libre y forzosamente adúltera: amar al esposo es amar por deber, pero amar a un amante es amar por amor.
Por eso el amante está sometido a pruebas iniciáticas, las assaig, que finalizarán en el orgasmo que la dama dará o quizá no, ya que algunos consideran que el fin’amor debe permanecer casto y puro.
El amor cortés da lugar a una eflorescencia lírica en la que el poeta canta sus versos al son de los instrumentos.
Y, mientras hilaban, las mujeres cantaban y contaban sus amores de manera galante; la lírica occitana invade las regiones del norte. Leonor de Aquitania y su hija Marie aclimatan las nuevas costumbres en las cortes de Inglaterra y Champagne.
A partir del siglo XII, la cultura del amor invade Francia y se expandirá por toda Europa.
Habituados a la lógica de la cultura heterosexual, que perciben como natural, los comentaristas encuentran dificultades a la hora de evaluar la revolución que el amor cortés introdujo en la sociedad medieval: suplantar las amistades masculinas por los amores heterosexuales.
La emergencia y el auge de la cultura heterosexual en Occidente colocan a los hombres de guerra en una posición difícil.
Atrapados entre la ética caballeresca que incita a la guerra –universo masculino– y la ética cortés que incita al amor –universo femenino– se ven obligados a responder simultáneamente a dos órdenes conminatorias y contradictorias; su universo homosocial debe de ahora en más contemporizar con la cultura heterosexual. Así, los relatos de Chrétien de Troyes (hacia 1135-1183) intentan responder de manera dialéctica. Erec y Enide, el primero de esos relatos, tuvo un gran éxito: Erec, hijo del rey Lac, se casa con Enide. La quiere mucho, quizá demasiado. Deja de lado los torneos y se complace en las delicias conyugales. Se le critica entonces su récréantise, es decir esa indolencia, ese amor, esa deferencia permanente por su esposa: en otras palabras, se cuestiona su virilidad. La propia Enide llega a lamentar que Erec haya abandonado por ella la gloria caballeresca, causando gran deshonor para ambos. Se lamenta en el silencio de la noche, habla en voz alta y Erec la oye. Herido en su orgullo, decide partir en pos de grandes hazañas, para reconquistar la estima de su esposa y demostrar a todos que su eminente valía caballeresca no va a la zaga de su dignidad cortés. Este relato demuestra la recuperación analógica por parte de la cultura heterosexual de los procedimientos literarios o culturales propios de la tradición homosocial. Otro hecho destacable es que al tomar la decisión de partir, Erec cambia por completo de actitud ante su esposa: él, que hasta ese momento había sido su humilde servidor, la trata de allí en más como a un paje; él, que adoraba hablar de amor con ella, ahora se lo prohíbe. A partir de entonces, la domina, la trata con brusquedad.
Para probar su valentía de caballero, se vuelve anticortés, lo que demuestra hasta qué punto resultaba difícil conciliar la antigua tradición caballeresca con la nueva cultura cortés.
Mal negocio
Cortejadas, celebradas, exaltadas, las mujeres vieron realzado su estatus simbólico a partir del siglo XII, y se puede pensar que la cultura heterosexual fue para ellas la oportunidad de un nuevo avance. Pero esta valoración simbólica no implicó necesariamente una mejora concreta, sino más bien lo contrario.Si bien los siglos XII y XIII fueron períodos de idealización de lo femenino, también reforzaron las normas y el control sobre las mujeres; la caza de brujas no era sino un caso extremo que atestiguaba este nuevo rigor.
En definitiva, ocurre como si el discurso sobre la mujer –lo que es, y sobre todo lo que debe ser– implicara enaltecer una imagen fantaseada del sexo femenino a la vez que castigar a las mujeres que dieran muestras de apartarse demasiado de ese ideal tiránico. La otra cara de la idealización era la demonización, la carga cada vez más pesada de la coacción social; las mujeres estaban conminadas a conformarse con la imagen que los hombres deseaban del segundo sexo.
En ese sentido, la promoción simbólica de la mujer en las obras culturales no fue necesariamente un buen negocio para ellas en la realidad social.
Es útil señalar que en muchos aspectos la cortesía es engañosa.
De hecho, la dama expuesta a la admiración de los caballeros y a la celebración de los trovadores responde a una lógica totalmente feudal. La presencia constante en la corte de todos esos soldados era una necesidad para el soberano, que los tenía a su servicio y los asociaba a su persona; pero era también una fuente de disturbios y desórdenes; la frustración sexual y social exacerbaba a esos jóvenes solteros, pero la belleza y el prestigio de la dama los mantenían a raya. Se los domesticaba, se los calmaba y refinaba a través de pequeños favores de la dama: una mirada, una atención, quizá una pequeña delicadeza, pero nada más.
El amor de los caballeros por la dama en la sociedad cortés cumplía exactamente la misma función que las amistades masculinas en los castillos de antes; en ambos casos, esa disposición de los espíritus y los cuerpos, esas amistades y amores tenían como objetivo fortalecer la autoridad del soberano.
Inicialmente la cultura homosocial, y luego la cultura heterosexual, estaban al servicio del poder. Esta homología funcional explica cómo dos paradigmas en apariencia tan opuestos pudieron finalmente sucederse con tanta rapidez. En ese sentido, si bien no hay que subestimar el conflicto manifiesto entre las tradiciones homosociales de antaño y la nueva cultura heterosexual, tampoco conviene sobrevalorarlo en lo que respecta a las mujeres y su estatus social.
* Extractado de La invención de la cultura heterosexual, que distribuye en estos días El Cuenco de Plata.
sábado, 6 de octubre de 2012
Quién eres
Uno necesita asomarse a los umbrales del infinito
Uno necesita saber la huella de la trascendencia y experimentar el temblor del gozo estremecido del roce
Uno y la toma de conciencia
... Uno asume la responsabilidad... uno elije ser antorcha que da luz!
Uno siempre elije y nadie más...
Abrazo de luz
Mané
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